ECOVIDA 2025: cuando las semillas nos vuelven a juntar
Desde temprano, el Jardín Botánico de Manizales empezó a llenarse de voces, colores y semillas. Se sintió en el aire esa mezcla de expectativa y alegría que solo aparece cuando la gente llega con semillas en los bolsillos y preguntas en la cabeza. ECOVIDA 2025 convocó a personas de muchos territorios del país, y la jornada Semillas Bien Común, impulsada por la Red de Semillas Libres de Colombia, se transformó en un encuentro donde la diversidad no solo se veía, se respiraba.
Entre quienes asistieron había guardianas y custodios que llevan décadas defendiendo sus semillas; jóvenes que apenas comienzan a preguntarse por la agroecología; consumidores urbanos que quieren saber de dónde viene lo que comen; organizaciones que han trabajado silenciosamente durante años; cocinas tradicionales; investigadores, campesinos, campesinas, indígenas, afrodescendientes, familias enteras. Todos reunidos por una certeza que se ha vuelto urgente: ¡las semillas son de la gente, no de las corporaciones!
El ambiente estaba lleno de energía. Alguien comentó que el evento había demostrado algo fundamental, hay mucha más gente interesada de la que usualmente vemos. La jornada permitió mirar que nuestro mensaje todavía circula en círculos pequeños, y que necesitamos que Semillas Bien Común llegue más lejos, toque más territorios, atraviese ciudades, universidades, mercados, escuelas, plazas, redes sociales. El día dejó claro que el compromiso no se trata solo de fortalecer lo que ya existe, sino de abrir caminos nuevos para que más personas se sumen a esta defensa colectiva.
Entre los aportes que surgieron con fuerza estuvo la idea de que la política pública de agroecología puede convertirse en un mecanismo clave para proteger las semillas nativas y criollas. Varias voces resaltan que si los recursos del Estado realmente llegan a los procesos locales —a las casas comunitarias de semillas, a los grupos campesinos, a los pueblos indígenas y afro, a los equipos de mujeres que guardan la diversidad en sus patios— entonces la agroecología deja de ser un discurso y se convierte en una herramienta viva. Una herramienta que cuida, multiplica y garantiza que las semillas sigan siendo semillas y no mercancías capturadas por intereses privados.
Las conversaciones también tocaron un punto crítico, las nuevas amenazas. Aunque la Sentencia T-247 marcó un precedente histórico para Colombia, la agroindustria no se queda quieta. Cambia de lenguaje, cambia de nombres, esconde tecnologías bajo capas de terminología técnica, evita hablar de transgénicos mientras impulsa otras formas de modificación genética que pueden evadir los marcos legales existentes. Por eso, varias personas coincidieron en algo, debemos mantenernos informados, estudiar esos nuevos lenguajes, preparar a nuestras redes para no quedarnos cortos en la defensa jurídica y política de las semillas. Es una carrera larga y compleja, pero no imposible.
Mientras los paneles avanzaban, el foro se fue transformando en un espacio más vivo. Tres mesas de trabajo permitieron que la práctica hablara tanto como la teoría. En la mesa de Casas Comunitarias de Semillas, la gente pudo ver cómo se selecciona, se identifica, se limpia, se multiplica y se protege una semilla. En otra mesa, el pueblo Zenú compartió su campaña “Mi pueblo Zenú, territorio libre de transgénicos”, acompañada de historias, recetas y el orgullo de una diversidad culinaria que demuestra por qué el maíz no es solo alimento, es identidad. Y en una tercera mesa, un gran mapeo colectivo permitió ubicar experiencias locales, familiares y regionales donde la defensa de las semillas se abre camino incluso en los lugares menos visibles.
Ese ejercicio de mapeo fue emotivo, cada persona señalaba su territorio y contaba una pequeña historia. Algunas hablaban de semillas que casi se pierden; otras, de jóvenes que empiezan a sembrar; otras, de casas comunitarias que nacieron en medio de crisis climáticas; otras, de familias que aún conservan variedades que no aparecen en ningún catálogo. Era como ver desplegada en un mapa la inmensa y hermosa red de resistencias que sostiene la vida.
Y al final del día, llegó el momento que parecía esperado por todos, el gran trueque. Estaba anunciado al aire libre, en la plaza del Jardín Botánico, pero el cielo decidió ponerle un giro narrativo al cierre. Se vino un aguacero impresionante, de esos que obligan a moverse rápido. Lo sorprendente fue que la lluvia no apagó nada. Por el contrario, desató la solidaridad, la gente corrió a ayudar a los custodios y guardianas a mover mesas, cobijas, sacos, frascos y semillas hacia las carpas. En cuestión de minutos, el trueque renació bajo techo como si nada hubiera pasado, convertido en un mercado vivo, colorido y vibrante.
La escena era hermosa, semillas sexuales y asexuales, variedades de maíz que parecían joyas, fríjoles increíbles, maíces, yuca, cacao, plantas medicinales, plantas aromáticas, todo en un vaivén constante de intercambios. Se escuchaban risas, preguntas, historias, recetas, consejos. Había personas que nunca habían visto ciertas semillas y se sorprendían como niños. Otras llegaban con orgullo a mostrar lo que traían desde su vereda. La magia del trueque es esa, que cada mano que entrega también recibe, y cada semilla que viaja se convierte en memoria.
El día cerró con una sensación profunda, hemos hecho mucho, sí, pero esto apenas comienza. Las semillas no solo necesitan guardianas y custodios; también necesitan consumidores que entiendan su valor, jóvenes que quieran aprender a cuidarlas, comunicadores populares que sepan contar estas historias, organizaciones que se articulen entre regiones, universidades que respeten el conocimiento ancestral, y ciudadanos que exijan políticas públicas que protejan la vida.
ECOVIDA nos recordó que las semillas siguen vivas porque resisten en nuestras manos y en nuestras comunidades. La defensa de nuestras semillas es una tarea histórica, una responsabilidad colectiva que nos convoca desde cada territorio. Semillas Bien Común nace de esa fuerza: la decisión de sembrar, proteger y compartir lo que sostiene nuestra memoria, nuestra autonomía y nuestro futuro. Que lo vivido en Manizales no sea un final, sino el inicio de una gran siembra que nos una más allá de regiones y organizaciones. Sigamos cultivando, entre todas y todos, un país donde las semillas sean verdaderamente un bien común.
Que esta crónica sea una invitación abierta:
únete, comparte, siembra, difunde, participa y ayuda a que las semillas sigan siendo un bien común.
Porque cuando las defendemos entre todos y todas, florece un país distinto.
Fotos: Camilo Galeano, Carol Rojas, Alejandra Reátiga
Texto: Viviana Sánchez Prada y Carol Rojas